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La dieta de los otros

Hace unos años escuché una columna radial de Jorge Halperìn en la que habló de algo así como de «cuidarse de la dieta de los demás», o sea, de lo que los otros comen.

Y citó el libro «La comida de los Centauros y otros ensayos» de Robert Graves en el que, entre otras cosas, el autor menciona la ingesta de un hongo por parte de los mitológicos seres que los dotaba de muchas de las condiciones que se les atribuía.

Obviamente despertó mi interés así que no solo escuché atentamente la emisión radial sino que luego también me puse a leer sobre el tema…

Graves menciona que el vocablo hongo, en griego μύκης, tenía dos significados: uno refería precisamente al hongo y el otro, al «moco». O sea, que se lo trataba de poner en un lugar de «cosa mala» como para evitar su consumo independientemente de la especie y por temor a que alguno, en procura de otro hongo comestible, diese con el «honguito de los centauros» y se pusiese como un loco de atar.

Algo así como cuando a los niños pequeños algunos padres le dicen: «-Éso es caca.»

Entonces Graves relaciona al hongo que comían los Centauros con la «falsa oronga» (o «falsa oronja» según otros artículos) que quitaba el sueño a los siberianos orientales, cercanos a la península de Kamchatka.

Estos señores entregaban sus bienes mas preciados, a saber renos, en pago por un puñado de falsas orongas. Y la consumisión del honguito los ponía visiblemente morados e hinchados, y sacaba de órbita sus ojos.

También les quitaba el frío y les insuflaba ínfulas tales como deseos de matar y aumentaba sus libidos a límites totalmente exacerbados.

Bueno, a esto iba Halperìn. A que si veíamos a un tipo morado, con ojos desorbitados y con andar desaforado, cruzáramos de vereda…

Pero como los que leyeron hasta acá ahora están más interesados en el tema del hongo y sus efectos que en la cita del periodista a la que refiere el título, sigo…

Mientras lo escuchaba recordé haber leído alguna vez algo sobre el honguito de marras, que no es otro que el típico de los dibujos animados de Disney. Ésós blancos de sombrero rojo y pintitas blancas.

En los que vivían los «Siete enanitos» de Blancanieves -personaje e historia a la que se le achaca también algo así como una apología del consumo de cocaína- y también el de los «enanos de yeso» que adornan los jardines.

Saliendo de la ficción digamos que éste hongo fue utilizado por los antiguos indoarios hace unos 3.500 años en ceremonias curativas, religiosas… y por supuesto en orgías. Se lo llama vulgarmente «matamoscas» -estos dípteros se le acercan y «caen como moscas»- y científicamente amanita muscaria.

Se encuentra básicamente a la sombra de las coníferas, mayormente abedules, y particularmente en el este y oeste de Siberia, la India, noroeste de España, Alaska… y algunos sectores del sur de Grecia.

Su consumo produce, en muy pequeñas cantidades, efectos parecidos a los del alcohol.

Pero en mayores dosis produce euforia, visiones coloridas, alteración de las dimensiones (macroscopía y microscopía), visiones de puntos lumínicos a los que los «embriagados» describen como con «vida propia e inteligencia», éxtasis religioso, etc.

(Nota: Si Blancanieves estaba bajo los efectos del consumo de falsa oronga y con visiones microscópicas, es probable que los enanos no fuesen sino personas normales).

Los principios activos de la falsa oronga, son la muscarina, la muscaridina y el ácido iboténico. Su alcaloide activo es la fungotropina.

El ácido iboténico está presente en cantidades elevadísimas que van desde el 0.03% al 0,10%.

El proceso de secado produce la «descarboxilación» del mismo convirtiéndolo en muscimol.

El ácido iboténico produce efectos enteogénicos -estados modificados de conciencia- en dosis de 50 a 100 mg. Se obtienen efectos equivalentes con 10-15 mg. de muscimol (resultante de su «secado»).

Los elementos psicoactivos se encuentran en todo el hongo pero la mayor concentración está en el sombrero.

Se dice que el consumo estaba -y está- asociado a un proceso de elaboración consistente en:

1. Revisión del estado de la falsa oronga mediante cortes en tallo y sombrero (si existen gusanos interiores no sirve).

2. Utilización exclusiva del sombrero (allí se concentra muchísimo mas el ácido iboténico).

3. Secado prolongado, moderado y «ventilado» de los mismos de por lo menos 8 horas (quienes consumen en la actualidad dicen hornearlo durante una noche a fuego mínimo y con la puerta del horno abierta).

El consumo causará efectos tales como pérdida del equilibrio, mareos, náuseas (quienes consumen dicen evitar el consumo paralelo de marihuana y otras drogas, incluso de alcohol), espasmos musculares moderados (no convulsiones) y alteraciones perceptivas.

Por efectos de la muscarina, sustancia también presente en la falsa oronga, salivación, lagrimeo, cefaleas, miosis, alteraciones visuales y alteraciones gastrointestinales acompañados de somnolencia.

Estos efectos desagradables duran, según el individuo, entre una y cuatro horas hasta caer en un «sueño profundo» que durará aproximadamente dos horas.

Al despertar aparecerán los «sueños lúcidos», alucinaciones, deseo y potencia sexual irrefrenables y euforia (algunas veces agresiva y violenta).

Este alcaloide se elimina totalmente por la orina, por lo tanto si alguien se bebiera la orina de una persona que haya consumido falsa oronga tendría los mismos efectos, con la «ventaja» de que se suprimirían las náuseas, vómitos y efectos desagradables que produce la muscarina, que sí fue absorbida por el organismo.

O sea que esta orina sería «el estupefaciente ideal de falsa oronga» pudiendo volver a serlo una y otra vez.

Esto me hace acordar ahora a aquel oriental que en lo de Susana Giménez bebía su propia orina y «felices de contentos», él y su mujer.

Y si seguimos hilando -y leímos algo sobre Rasputin, nacido en Siberia- podríamos inferir que el mítico y místico «Monje Negro» (al que se le atribuyeron poderes, se lo describió en estados de trance y se le sindicó como poseedor de una potencia sexual superlativa) bien podría haber estado bajo un efecto casi constante de falsa oronga…

Sin querer que este artículo se transforme en algo parecido a un «Manual de consumo de falsa oronga» ni sea tildado de «Apología del Consumo» de la misma, se sabe que ni la falsa oronga ni sus alcaloides generan dependencia física y su potencial de dependencia psicológica es bajo considerando que cada «viaje» es -de acuerdo a lo que cuentan quienes la consumieron- una experiencia tan intensa que difícilmente se tiene la disposición de repetirla cotidianamente.

Por último les digo que se cataloga a este hongo como «venenoso» en el 90% de los confines del planeta. Sin embargo, resulta «un ingrediente más» del recetario de comidas típicas como la vasca, por ejemplo. Pero bueno, ahora también sabemos por qué son así de duros los vascos… ¡Ahí va la hostia! ¡Kabenzotz!

@Rapote

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